Hace unos años compartía con una amiga y compañera psicóloga la importancia del hablar en positivo, y al encontrarme hace un par de días con esta viñeta, me alegré profundamente que se esté divulgando la importancia de hablar en positivo fuera de los despachos de psicología.
(Desconozco al autor de la viñeta, me gustaría saber quien es para acreditarlo)
Resulta curioso, porque si vamos más allá de las palabras y de la forma en que ambas madres se expresan, el mensaje que quieren dar a sus hijos es el mismo: estudia.
El mensaje de la madre vestida de azul es un mensaje en negativo, con connotaciones agresivas donde se le vaticina al niño un futuro que la madre percibe como denigrante y de poco valor (cuando ser limpiador es un trabajo tan digno como otro). ¡Qué responsabilidad tan grande en unos hombros tan pequeños!, no es más que un mensaje catastrofista que busca una reacción positiva basada en el miedo: Si no estudio voy a acabar mal.
El mensaje de la madre de amarillo, por el contrario, es un tanto flower power , está basado en el respeto de la individualidad humana, de consciencia social y, sobre todo, un mensaje basado en la esperanza. Si estudio estaré bien y podré hacer grandes cosas.
¿Queremos que nuestros niños crezcan en el miedo o en la esperanza?
Tenemos automatizado el hablar en negativo, el No lo tenemos en la punta de la lengua: No hagas esto, no hagas lo otro, ni se te ocurra. Y cuando al niño se atreve a preguntar ¿Por qué no?… inocente mío, generalmente surge un amplio espectro de respuestas en negativo que van desde el “porque yo lo digo y punto” “no te tengo que dar explicaciones” a los descalificativos tipo “eres un malcriado” “eres un desobediente” y puede hasta desencadenar en maltrato.
Y con esto, una respuesta del adulto que buscaba ser elemento de protección, termina siendo una respuesta descalificativa y ofensiva.
Desde que un niño nace sus padres, cuidadores, le están enseñando a reconocerse, comunicarse y como conocer el mundo, siendo más evidente cuando un niño empieza a caminar hasta los tres, cuatro años. Algunos padres en esa etapa describen a sus hijos como animalitos salvajes (no lo digo yo, lo han dicho ellos).
No se puede negar, que cuando a un niño de dos años de edad algo le llama la atención, intenta llegar a ello sí o sí. Por más veces que se diga No, que se le explique de buena manera, da igual. Cuando algo le produce curiosidad, investiga y ya está, y si no lo consigue, generalmente tiene una rabieta.
Esto no quiere decir que sea desafiante, que sea malcriado, que sea malo… lo que quiere decir es que su cerebro aún se está desarrollado y a diario se ve bombardeo de sensaciones, estímulos, emociones inclasificables para él que pueden llegar a frustrarlo y ahí es que los adultos responsables tenemos que echarle una mano, y enseñarle como descubrir el mundo y poner etiquetas a todo lo nuevo.
Esto se puede enseñar de varias maneras:
La primera utilizando la comunicación en positivo: es fundamental ejercitar la paciencia, ser capaces de explicarle lo perjudicial de la acción y darle una opción alternativa. Un niño pequeño no entiende la mitad de las cosas que se le dice y seguro intentará de nuevo hacer la trastada que se quiere evitar, pero a medida que va creciendo, que se va desarrollando su cerebro, a través de la repetición, irá aprendiendo.
Paciencia
No se le puede pedir a un niño de 3 años la madurez de un niño de 8 años
Ni a uno de 10 años la madurez de un adulto
No es que no quiera, es que no puede o no sabe
La otra opción es machacarlo con el no. Es probable que el “no” sirva para nada, es un vocablo sin significado aún. Cuando esto ocurre los adultos generalmente nos frustramos. En este punto, puede que además de ser agresivos verbalmente (“eres un niño malo, no escuchas… ¿Eres tonto?” también lo seamos físicamente, llegando al maltrato físico: zarandearlo, pegarle en la mano, etc.
¿El niño ha aprendido algo de su entorno físico con esta opción? ¿El niño ha aprendido lo que significa “No”?
Pues no, el niño ha aprendido que si se aventura a explorar el mundo mamá (o papá, quien sea) se enfada, le hace daño y lo mejor es no hacerlo. Aprende a evitar el daño.
En algunos niños, con este estilo se tiene como consecuencia que la obediencia a los padres surja del temor, no del respeto y del conocimiento. Lo que el niño puede aprender es que cuando es curioso, duele, entonces mejor no hacer nada.
Esta generalmente es una solución efectiva, pero de costo muy alto, donde el niño además de temer a las personas que supuestamente más le quieren, puede ver mermada una emoción tan necesaria -en todas las edades- como la curiosidad.
Pero hay otros niños, que son… vamos a decirlo, cabezotas… les da igual que les digan que no, que les castiguen… y en ese punto, la historia se complica bastante porque el adulto puede salir de su rol de adulto.
El peligro reside en que la agresividad adulta vaya en escalada y un niño ante esa situación realmente está indefenso. Ya no es cuestión de obediencia, de repente es cuestión de sumisión, la necesidad del adulto de someter al niño, hacerse obedecer porque sí, quedando en el olvido que el objetivo es proteger.
¿Se puede evitar llegar a esa punto? Sí.
¿Se puede salir de ese punto? Sí.
Aunque no es tan sencillo como quizá lo hago parecer en esta entrada, todo pasa por la comunicación en positivo.
Nota: La comunicación en positivo, es un tema es apasionante, que se nutre de la teoría de la comunicación humana. Un amplio tema, del que resalto a Paul Watzlawick, que enunció cinco axiomas en su teoría de la comunicación y yo dejo como pendiente de escribir en el blog.